The Count of Monte Cristo.

Pasada cierta edad, se visualiza lo que hemos vivido como un todo y comienzan a sacarse sumas y restas. De ese resultado, inevitablemente, se obtiene un balance que cabe en una de dos palabras: agradecimiento, o nostalgia.

Y esto se traduce en el presente, aun sin saberlo o quererlo, en el trato que damos a quienes nos rodean, especialmente a nuestros hijos, nuestras hijas. Sabemos que lo poco que dejaremos en este mundo lo dejaremos en los demás, a través de los demás. Que no serán las propias obras, sino lo que otros hagan siguiendo un ejemplo, recordando una receta, una manera, un método, un cierto modo de vivir y de enfrentar el pasado. También, una cierta forma de aquilatar el pasado y la memoria de eso que hemos sido.

[Contaré, como anécdota que intenta ser ejemplo, aunque sin facilitar una moraleja, lo siguiente:

de tiempo en tiempo nos veíamos forzados a comprar horquillas para la ropa en un localito donde se vendían jabón, suavitel, 'pinol', aguarrás, foam-cleaner y demás, por litro o a granel. También se ofrecían escobas de diferentes tipos, trapeadores, en fin, todo lo que conlleva el 'aseo del hogar'.

Cierta vez, al comprar un par de bolsitas de horquillas, el vendedor -que era también, el propietario del negocio- nos dijo, dirigiéndose especialmente a mi esposa: "¿Sabe? Para que las horquillas le duren más tiempo, cuando quite la ropa no deje las horquillas en el tendedero. Quítelas también, y guárdelas de preferencia en un bote de esos donde venden el café, con tapa. Guárdelas y sáquelas cada vez que vaya a lavar y vuélvalas a guardar. Así, las horquillas le durarán años. A mí me funciona."

No sé ni supimos el nombre de 'ese señor'. No recuerdo su rostro, pero sí que debía pasar los 60-65 años. Y un buen día, cruzando de un año al otro, regresamos al local a buscar lo de siempre pero ya no lo vimos. En su lugar, una mujer de piel muy blanca, alta, robusta, de voz potente, era quien atendía el localito. Preguntamos por el señor y nos dijo que era su papá, y que recién había fallecido. Un par de meses atrás.

Le dimos el pésame y compartimos alguna impresión sobre su trato amabilísimo, y su consejo tan sabio de mantener las pinzas de la ropa en su botecito.

Esto sucedió hará unos 7 u 8 años.

Recientemente, platicaba con mi esposa y le decía eso mismo. Ese hombre nunca supo que, siete u ocho años después, alguien lo recordaría y le estaría agradecido por un consejo dado espontáneamente, sin que le importase mermar en sus ventas ya que, haciendo que las horquillas plásticas duren más, estaba ayudándonos a comprar menos y también, él se obligaba a dejar de percibir una posible ganancia.

Aquí, en casa, lo recordamos y recordaremos por ese gesto amable, hasta el día que debamos partir de este mundo.]

Mi hija tiene el volumen de Montecristo en su cuarto. No ha querido abrirlo pues espera el momento de tener las tardes libres, actualmente está cubriendo las cuatrocientas cincuenta horas que le pide el servicio social en el bachillerato, y ya faltan pocas semanas para que pueda completarlas.

También, un Hermano más que un buen amigo, me compartió recientemente una foto, que incluyo en este 'post'.

Me compartió que su hijo mayor, recién salido de la adolescencia y comenzando a vivir esa juventud envidiablemente maravillosa que nosotros también algún día vivimos, quedó tan complacido con esa versión del filme que mencioné en el post anterior, que se animó a comenzar a leer en inglés las aventuras de Edmundo Dantés.

Que nos hermanen libros, lecturas, que haya personajes que lo son y lo fueron todo para nosotros, es algo que podemos agradecer. Porque de eso va esta entrada, del agradecimiento.

Y qué mejor manera de agradecer que compartir un poquito de las muchas bondades que ha tenido esta vida con nosotros, con quienes vienen y quedarán después de nosotros.

A pesar de los años, seguimos siendo legión quienes admiramos a Edmundo y sí, aún confiamos, y esperamos.

1805.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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