Timex.

Tuve un reloj Timex.

No recuerdo si lo compré ahorrando todo lo que podía ahorrarse, si me lo regalaron mis padres, si me lo regaló alguien más.

Recuerdo que me gustaba mucho, y lo usé hasta el punto de cambiarle un par de veces la correa extensible, es decir, dos o quizás tres años.

Era 1990 o quizás 1991.

Lo recuerdo ahora porque el algoritmo de mercadotecnia de Meta me hizo saber que aún pueden conseguirse relojes del mismo modelo, aunque posiblemente no ya con los mismos materiales. Los extensibles de entonces ser vendían y ofrecían como 100% hechos de cuero vacuno legítimo y como tales se compraban.

Podíamos ver cómo iban desgastándose poco a poco, deshebrándose, partiéndose y sin embargo siempre fieles a su función.

Recuerdo vagamente que debí deshacerme de ese reloj tan querido. Que tenía en sus últimos días la carátula rota y fragmentada en 3 grandes piezas, que el mecanismo se 'amarró' y después de llevarlo a revisar en alguna relojería del centro, en Guadalupe, Zacatecas, el relojero me dijo: 'No, joven, ya no tiene reparación, le sale más barato comprarse otro. Para repararlo hay que cambiarle la carátula, el mecanismo, la correa y los pernos, y pues las cuentas no salen'.

Debí tenerlo guardado varios años en alguna cajita, que se extravió junto con unos cassettes donde tenía grabada una conversación con mi abuela materna, que grabé allá por 1994.

Así se va deshaciendo, destejiendo el mundo. Hebra por hebra, recuerdo por recuerdo, olvido con olvido.

Y esta semana, el algoritmo quasi omnisciente de Meta me hizo saber que es posible recuperar un remedo de lo que fue.

Pero lo pasado quedó allá, inamovible, con la seguridad inalcanzable de 30 años, 1000 kilómetros y un titipuchal de nostalgia.

1796.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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