¿Qué es ser 'humano'?

Una de tantas preguntas que busca responder la filosofía, es esa. En qué consiste, cuál es la naturaleza, los alcances, qué implica ser 'humano'.

Entre los productos de consumo pensados para las masas, esto ha intentado ser respondido desde varias vertientes y proporcionando respuestas desde diferentes bastiones. Y comienzo a sospechar que la única respuesta válida es la que engloba todas esas definiciones ya propuestas, incluyendo aquellas que aún no han sido formuladas. La definición de 'humano', intrínsecamente, arrastra una contradictio in terminis.

Lo humano es lo contradictorio, abarca lo positivo y lo negativo, lo que es más excelso y más deplorable, lo más refinado y lo más grosero. No en vano somos perfectibles; yendo hacia el bien jamás llegaremos ni alcanzaremos a los ángeles y demás potencias celestiales, y encaminándonos hacia el mal tampoco igualaremos a los demonios y sus huestes satánicas.

Nos encontramos inmersos entre esas dos realidades, tendiendo puentes entre Dios y el Diablo y sufriendo los embates de la tentación y la sublimación, de la traición y la fidelidad, de la verdad y la mentira; de allí que una definición de 'humano' es prácticamente imposible ya que requiere la inclusión de elementos no-humanos y también 'inhumanos', que nos emparentarían con las bestias y las acciones más salvajes. Lo humano requiere e implica, forzosamente, lo netamente animal y sometido a los instintos más inmediatos y, simultáneamente, las operaciones más refinadas, esas que se procesan en las sinapsis y consiguen traspasar los límites meramente fisiológicos para hacer surgir la imaginación, la invención, la técnica, la conciencia, la espiritualidad, el misticismo.

No obstante, una definición de lo humano, además de pretender aunar elementos, causas, razones, orígenes contradictorios, topará, tarde que temprano, con un escollo insalvable -pensando que sea posible la convivencia y pervivencia de los contrarios, como en la 'sublimación' cristiana que se supone, es el fundamento de la castidad y por ende, uno de los cimientos de la vida monástica y clerical- una vez que se intenta resolver ese problema de la simultánea interacción de contrarios: la esencia de lo netamente humano, radica en el futuro. En lo que aún no es. En lo que está por ser hecho.

Sirviéndonos de teogonías o si se quiere, de mitologías o elementos religiosos, -y por especificar hasta donde es posible, cristianos-, tenemos la escena de la creación del mundo, narrada dos veces en el Génesis. Cuando el Creador Supremo termina de poblar la tierra con animales y plantas, después de llenar el cielo con lumbreras y hacer surgir todo tipo de vida, no crea al hombre como tal de la misma forma que ha creado al resto de los vivientes. Es necesario que primero elabore un mero boceto, figure sobre la arcilla un ser que, al recibir el espíritu divino, comenzará a razonar, a tomar sus propias decisiones, a percibir el resto de lo creado. La creación del cuerpo humano acontece en un momento determinado de la historia y en la narración del Génesis, corona todo lo que ya ha sido creado. Pero la humanidad que surge inmediatamente después del soplo divino, ese atributo que hará que el muñeco de barro cobre vida, interactúe con la creación, eso no tiene lugar en un tiempo congelado, en un presente finito, observable, constatable. Al infundir un espíritu en aquel ser de arcilla, el hombre queda preso, irremediablemente, en el tiempo y de aquí que su esencia esté íntimamente ligada, no con el presente en cuanto tal, sino con el futuro.

El ser humano acaba de inaugurar así, sin proponérselo y por favor o venia de un Creador Supremo, el futuro.

Pensemos en esas estrellas que yacen titilando, separadas por millones de años luz de distancia de nosotros. Podemos ver, gracias a los avances ópticos de la actualidad y con telescopios potentísimos, galaxias, cúmulos, surgidos apenas unos millones de años después del hipotético Big-Bang. La esencia de todo lo creado es constatable, verificable, en un presente perpetuo que decae irremediablemente hasta convertirse en un pasado. El pasado histórico. Los seres animados e inanimados, todos sucumben ante el peso y el alcance del presente, no tienen escapatoria. Pero el hombre, inscrito en el futuro, está a punto de ser creado en cada instante que está por llegar hasta perderse en este presente; el hombre está a punto de ser creado de una manera permanente.

Si pensásemos en una deidad que quisiese dotar simultáneamente de libertad absoluta y una sumisión inquebrantable, tal sería el dios cristiano: libertad permanente en cuanto el hombre no tope con la muerte de su cuerpo físico, sumisión inquebrantable al no poder traspasar las barreras de ese cuerpo, no pedido, no requerido, sino otorgado y enraizado en el presente que también está decayendo continuamente.

Y hasta aquí es donde llega esta divagación para entrar de lleno en el tema de este post que, como puede verse, será enunciado y abordado rápidamente, para no hacer perder más el tiempo al poco probable lector de estas líneas:

Los contenidos multimedia actuales intentan renovar los temas que no han variado gran cosa durante los últimos cincuenta años. Ciencia ficción, historia, mitologías, conspiraciones, guerras y avances médicos. Nos encontramos en la encrucijada que exige, por un lado, recuperar rápidamente el capital invertido en la creación de contenidos que actualmente son ab origine digitales, y obtener no sólo esa inversión sino el máximo de ganancias posibles.

Así que es posible encontrar grandes éxitos pensados para las masas, y otras ofertas que requieren un gran esfuerzo por parte del espectador, tanto para consumir como interpretar aquello que se le ofrece.

No entraré -en este momento, que ya es pasado- en mayores detalles, ni ahondaré en espóilers. Lo que diré es que Sugar, esa serie cuya primera temporada fue recientemente finiquitada por Apple, ofrece una respuesta que, si bien no alcanza a cubrir todos los flancos, juega con el espectador, le invita a proponer y suponer y termina pulverizando todo tipo de teorías y suposiciones en un quiebre que, en este momento, ya es conocido por la comunidad más asidua a la gran red de redes.

Personalmente, me obligó a pensar: si pudiese mirarme con otros ojos, ¿qué es lo que vería?

1788.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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