A horcajadas entre la denuncia y la apología: El club.

Sin caer en el minimalismo, este filme chileno aborda los temas -siempre polémicos- de la pederastia, la homosexualidad, el tráfico de menores y el compadrazgo con la milicia, dentro del mundillo tan cerrado del sacerdocio católico.

Al elegir una narrativa lineal, sin brincos espacio-temporales, el filme va adentrándonos poco a poco en la personalidad atormentada de los curas repudiados que no tienen cabida ni en la iglesia ni en lugar alguno fuera de la iglesia. Nadie quiere saber de ellos, y ellos a su vez tampoco quieren saber de nadie.

Se mantienen en un estado permanente de alerta, reprimiendo y aceptando, quizá en alguna ocasión sublimando los impulsos más brutales, conscientes del daño que han hecho y de alguna manera buscando la forma de expiar aquellas culpas, guiados celosamente por la hermana Mónica. Un detalle, un guiño al espectador: de la misma forma que la madre del célebre obispo de Hipona esperaba la conversión de aquel hijo descarriado, ella busca conservar la pureza alcanzada a fuerza de oración y aislamiento de aquellos sacerdotes, a quienes se les han retirado las órdenes eclesiásticas y quizá siguen siendo sacerdotes tan sólo de nombre.

¿Desde cuándo, cuánto tiempo lleva la iglesia en cuanto tal, tratando de esconder y ocultar los sucios manejos de sus ministros, y tratando de acallar a las víctimas que han sufrido abusos y atropellos? Quizá el padre Silva tenga una idea, pero su memoria es tan endeble y huidiza que ni siquiera la misma hermana Mónica puede decir nada de él. Ni expediente, ni registros ni nada. 'Sólo se sabe que llegó a mediados de los sesentas'. Hijo del Vaticano II, y todos ellos a su vez, antecesores de esa cascada de documentos que a partir de Juan Pablo II inundó las salas de lectura de todos los rincones católicos del mundo.


Pero, a pesar de la tradición y del magisterio, la iglesia actual no puede darse el lujo de cerrar los ojos y 'dejar pasar', como si nada, lo que han hecho de nefasto sus malos ministros. Y puntualizando esto último, quizá si puede darse el lujo y pagar con American Express, pero lo segundo, ya no se puede.

Tres deficiencias limitan un desarrollo más amplio y cabal del filme:

1. La visión unilateral y cerrada del problema, que demuestra una buena documentación sobre el tema, pero con deficiencias más que evidentes. Los modismos, el tono, la aproximación: todo está muy dentro de su lugar, pero vemos todo desde el punto de vista del abusado, del vejado, de la víctima. Incluso, en los diálogos mismos de los curas puede advertirse esta constante. Un ejercicio de documentación más exhaustivo hubiese dado otra tónica, y dotado de otros elementos la personalidad individual de cada cura retratado.

2. Un desconocimiento alarmante, o un conocimiento muy pobre o raquítico si se quiere, de la maquinaria eclesiástica en lo tocante a las órdenes religiosas femeninas. Aunque bien desarrollado y con toques de genialidad, el papel que juega la hermana Mónica se viene al suelo en el momento mismo de exponer su historia. Ella se ve a sí misma como una carcelera y a menos que me equivoque o me haya pasado de noche, ni siquiera ha tomado órdenes. Es una laica revestida de religiosa, con buenas intenciones, que desaparecen apenas cruza el umbral de la casa, haciéndose acompañar de Rayo, el galgo que comienza a dejar un poco de plata, tan necesaria al fin y al cabo para aquellos pequeños lujos que no están permitidos, pero a que todos tienen acceso.

3. El más grave. ¿Autocensura? Verbitsky publicó en Página12 unos apuntes por demás escalofriantes, sobre las colaboraciones entre la jerarquía y la milicia, que llevaron a la desaparición de sacerdotes, o jesuitas, para ser más exactos, antes de que Bergoglio fuese papa. Y atendiendo a la situación chilena, la dictadura de Pinochet abundó en crímenes y atrocidades como las expuestas en el filme, donde tenemos a un cura que ha llevado registro 'de todo', tumbas clandestinas, lugares de tortura, remesas almacenadas... y dice al 'director espiritual' que simplemente 'lo quemó'. Allí queda, no hay más. Vemos en el personaje la intención, la paranoia, esa mirada escrutadora con capacidad microscópica, pero no hay nada más allá. En el filme, ¿no pudo darse la libertad de ahondar en ese personaje y su situación, hasta hacerle sangrar en pantalla? Al parecer la prudencia excesiva que deja de ser una virtud, puede acabar con un personaje cuando se cruza el límite y se ahoga en la autocensura.

Porque, de no ser autocensura propiamente hablando, entonces estaríamos ante una apología  de los transgresores ya enjuiciados, quienes además de cargar con el infierno personal que cada uno lleva sobre los hombros, debe sufrir otro tipo de vejaciones no menos atroces que las ya cometidas por ellos en contra de niños y mujeres indefensas: la vejación pública institucionalizada. Pero el filme se queda a medio camino por los elementos que mencioné al principio, y no llega a cristalizar tampoco como una apología del ministro caído, enjuiciado.

Si bien es cierto que no pueden dejarse pasar los crímenes por más que estos sean cometidos por sacerdotes, consagrados y teóricamente al servicio 'del Señor', también es cierto que ni la ley meramente humana, y mucho menos los cánones eclesiásticos, tienen un sistema que permita no sólo señalar y castigar, sino buscar la enmienda y resarcir de alguna manera los daños comentidos/sufridos.

Es relativamente fácil en lo tocante al argumento de esta película, hablar en contra de esos monstruos revestidos de sotana, o echar en cara la debilidad del abusado y su negación a seguir adelante. Pero también hay una pregunta que, a pesar de los pesares y aún con el papado de Francisco y su búsqueda incesante del perdón y la misericordia, no puede la iglesia responder cabalmente: ¿qué hacer con los desprotegidos, los desposeídos, los abusados, cuando estos mismos no quieren que se haga absolutamente nada por ellos?

Sandokan sufre y seguirá sufriendo porque no conoce otra forma de vida, porque para él resultaría tanto o más traumático encontrar que sí se puede vivir de otra manera a pesar de las vejaciones sufridas, y es preferible la deshonra y el sufrimiento y el desprecio, a sufrir el castigo del olvido, incluso, del perdón o la redención. La muerte por mano propia del cura que abusó de él no le reporta beneficio alguno; adomercido quizá por los fármacos que embotan sus sentidos, tampoco le depararía satisfacción alguna la quema de todos y cada uno de los sacerdotes con quienes ha cruzado su camino a lo largo de su vida.

A estos seres, para los que ningún evangelio tendrá la respuesta y quienes no podrán encontrar en sacerdote alguno ni el perdón ni la absolución, ¿cómo ha de tratarlos la iglesia?

Y no quise incluir un cuarto punto, aunque añadiré a modo de colofón:

¡Qué capacidad histriónica tan notable la de Roberto Farías encarnando a Sandokan, cuando nos lanza en la cara aquella letanía farmacológica tan minuciosa!

Es una escena, quizá la más arriesgada y peligrosa, de todo el filme. No por el toque dramático, por la tragedia en que todos se ven hermanados, a punto de desaparecer de las listas oficiales, y quedarse allá, en la casa, a su propia suerte, sino porque al lado de aquellos sacerdotes sentados en la salita, al fondo, también nos asalta la pregunta ¿en serio, vamos a dejar en la misma jaula al cordero disfrazado de lobo, y a los lobos malamente disfrazados de corderos?

[A título personal, pensé: 'estos cabrones sí se van a meter a Sandokan, o por lo menos, se la van a meter'.]

Con sus altas y sus bajas, El club retrata una realidad que, a pesar de lo expuesta que ha sido últimamente en ámbitos internacionales y en todos los medios, estamos lejos de declarar como algo resuelto, ya solucionado. Y, echando mano del amarillismo que acompaña notas, titulares y editoriales, se olvida fácilmente que esos curas, sacerdotes en funciones o excomulgados, siguen siendo hombres revestidos de funciones que aunque debieran ser divinas, sucumben en la carne, las limitaciones personales, y las licencias más burdas.


1686.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

Comentarios