'The revenant': etimológica y moralmente intraducible.


El gran perdedor de la variopinta edición 88 de los Óscares fue Tom Hardy. Y no podía ser de otra manera, era imposible que 'Mad Max: Fury road' ganase el Óscar a pesar de todas sus cualidades, como también era imposible que 'The revenant' ganase el Óscar por una gran 'metida de pata' debida precisamente a la magnífica actuación de Hardy, y esos fatales últimos 5 minutos del filme.

Al optar por un nombre intraducible, el director mexicano dejó en claro nuevamente que quiere marcar distancia del país del cual se mandó mudar hace años. Y buscaba de refilón, hacer migas con el subconsciente norteamericano, echando mano de la historia vuelta leyenda de Hugh Glass y a la vez ofrecer una versión 'moralizante' de la misma. Claro que podrá aducirse en favor de la adaptación del guión y las licencias narrativas que el filme esté basado en una novela de Michael Punke, basada a su vez en la historia de Glass y que al tratarse de una 'derivación' de otra 'derivación', pues héte aquí el resultado falaz proyectado en las pantallas de cine.

El nombre mismo del filme, 'The revenant' no tiene equivalente directo en español. Y nuevamente, las pésimas traducciones de títulos que hacen las compañías distribuidoras llegan a extremos que lindan con lo onírico. 'El renacido' es un título que no puede ni siquiera denotar, y mucho menos sintetizar o externar el contenido del filme. Porque las traducciones directas -e inexistentes- más cercanas serían: 'El regresante', 'El volviente', 'El retornante', 'El reviniente'. Y las traducciones más justas serían: 'El que regresa' o 'El que retorna'. Y vaya que cualquier filme con un título como estos tendria asegurado el fracaso en las salas cinematográficas.

Y si la cuestión lingüística es ya de por sí escabrosa, ni qué decir de la cuestión moral del filme.

Hablar de venganza por más que se quiera disfrazar de justicia siempre será algo redituable, sobre todo si se hace embonar en los estándares morales y éticos norteamericanos. Pero en este caso, quien saca ese lado pragmático que tanto se alaba en los 'entrepreneurs' de la talla de Gates o Jobs, es el personaje de Hardy, John Fitzgerald.

Atento a su filosofía pragmática, la idea de hacer-ganando y ganar-haciendo, no le importa cargar él mismo las pieles tan preciadas y apreciadas, refunfuñando ante la idea de dejar la mayor parte de ellas a la intemperie y sin poder obtener beneficio alguno hasta que en un futuro poco menos que improbable pueda volver, y llevarlas con él para poder finalmente venderlas.

Fitzgerald tiene algo en mente: comprar un pedazo de tierra y dedicarse a otra cosa. ¡Vamos!, 'vivir de sus rentas'. Ese es su sueño, su encomienda, esa es su misión. Y no entiende cómo puede habier quienes apartándose del 'sentido común' puedan optar por otras vías, y poseer eso mismo, pero a costa de su 'dignidad' de ciudadanos norteamericanos, pagando el precio precisamente en aquellas escaramuzas con nativos y el ayuntamiento con nativas, finalmente también despreciables.

Apuñanalados, heridos, ambos desangrándose, Fitzgerald cuestiona magistralmente -y es este cuestionamiento el que finalmente hace trizas todo lo que sucedió en las poco más de dos horas ya proyectadas- a un furioso y cansado Glass: 'Viniste todo este camino sólo por tu venganza. ¿La disfrutaste, Glass? Porque nada te devolverá a tu hijo'.

En este punto se acaba la épica, la tragedia, el drama del filme. A partir de aquí, todo se derrumba como un castillo de naipes bajo la caricia inexperta de un dilettante.

"La venganza está en las manos de Dios, no en las mías". Respuesta categórica, que borra del mapa cualquier atisbo de conflicto existencial, que deshace la heroicidad de enfrentarse al propio cuerpo destrozado, tribus aborígenes, ríos y lagos congelados, infecciones mortales. No es un descubrimiento, tampoco una confesión de fé, y mucho menos un 'someterse al designio divino de Dios'.

Es la ruin confesión de alguien desbordado por una vileza ensoberbecida, ayudante de verdugo que somete al enjuiciado y prepara el cadalso apuntalando cada uno de los goznes, clavos y poleas, cediendo el dudoso honor de la ejecución al verdugo en turno.

Glass no es 'la mano de Dios' y ni siquiera puede verse como instrumento de la 'venganza Divina' ya mencionada.

Pusilánime en su venganza, el Glass del director mexicano se aviene bien con la ideología norteamericana de los 'daños colaterales'. Nunca serán responsables de nada por más que ellos no sólo preparen el patíbulo, ni se provean de reos y sentenciados y finalmente, jalen del 'killswitch'.

Algo tenía que obtenerse de tales transacciones. Y el pago es justo, y el director y el actor principal obtuvieron lo que merecían.

Y el gran perdedor de esta 'premiación' fue el único actor con un poco de solidez moral, cuya actuación ha sido tan buena que nos dejó odiándolo en ese papel por los siglos de los siglos: Tom Hardy.


Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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