'Oz: The Great and Powerful', Dan Brown, y 'La ciencia moderna como natural evolución de la Magia Naturalis'.


Admonitorios, punzantes y acerados, los cuentos infantiles rara vez son meramente la narración de un desvarío hecha para 'entretener' a los tiernos escuchas, o lectores.

Y aunque personalmente no alcanzo a percibir ni puedo comprender cómo una cinta clásica, como 'The wizard of Oz' fue capaz de poner a escribir a Umberto Eco, sé que esa historia encierra mucho más que un viaje de ensueño y en sueños a un lugar mítico, emblema hoy día de la capacidad económica de los grandes estudios de Hollywood capaces de restaurar un filme que está sobre los 70 años de edad y según se dice, es una maravilla visual en su versión restaurada para el formato Blue Ray.

La 'precuela', como todas las precuelas, comienza con una 'declaración de principios'. Oz, [Oscar, el protagonista], aspira a la grandeza entendida como la conjunción portentosa de Houdini y Alva-Edison. Es decir, la prestidigitación que asombra y atrae la atención del público, con el registro científico audio-visual de esa misma prestidigitación.

Y está dispuesto a todo por conseguir sus objetivos.

No obstante y si atendemos a esos actos de prestidigitación, los grandes logros de los grandes magos radican en la minimización de los riesgos despojando de cualquier atisbo de truco o engaño, a los objetos más simples y cotidianos empleados para realizar sus presentaciones públicas. Nadie en su sano juicio sospecharía jamás de un inocente huevo, de un pañuelo, o un sombrero. Y por si fuera poco -y el colmo también- ni siquiera el protagonista sospecha que sus propias mentiras no consiguen engañar a nadie por más que el único engañado sea él mismo.

El detalle crucial y bisagra conceptual del filme, radica no en el viaje a ese otro mundo que pareciera una versión muy maquillada de 'Alice's Adventures in Wonderland', sino en la inocente cajita de música, ofrecida con una historia que siempre es la misma a pesar de sus constantes cambios y adaptaciones de detalle.

No es en balde que precisamente, se trate de una caja musical, es decir, un autómata elemental capaz de repetir una y otra vez la misma tarea si se le proporciona la fuerza necesaria para llevarla a cabo. Dichos ingenios mecánicos han ocupado los pensamientos y atrapado la atención de algunos de los grandes pensadores de épocas recientes. La máquina de componer de Mozart y la Máquina de calcular de Leibniz, son ejemplo de ello. No está por demás recordar que a Kircher, ese jesuita polifacético y enciclopedia viviente del siglo XVII, le atraían también los mecanismos y el funcionamiento de relojes, y cajas de música.

Pero la ciencia en manos de charlatanes y embusteros es una herramienta muy, pero muy peligrosa.

Oz utiliza la caja de música como un arma para destruir cualquier atisbo de sospecha en las mujeres destinatarias de ese obsequio. Cada una de ellas se sabe con el corazón en la mano, -convertido en música, y cedido voluntariamente- de ese mago fantástico. Pero lo único que obtienen es un puñado de ecuaciones, engranes y resortes que reproducen una música que sería eterna si eterna fuese la fuerza capaz de ponerla en movimiento.

No es necesario esperar mucho para ver que cada una de ellas, mujeres con el pensamiento erróneo de pensarse únicas, va adquiriendo conciencia de ser tan sólo un juguete, de igual o incluso menor valor que la misma cajita de música -a estas alturas el verdadero tesoro de Oz, quien no duda en llevar consigo semejante artefacto y salvar la valija repleta de ellos en su viaje frenético de huída-.

Esa valija, la infección mecánica, se cuenta entre lo poco que cruza de este mundo al otro. Y ese mismo paso, la transformación del 'avance científico' en una 'espiritualidad del progreso humano', es lo que buscó llevar a cabo Dan Brown en una de sus últimas novelas.

'The lost symbol' es una enorme alegoría tangencial del desarrollo norteamericano, y más específicamente, estadounidense, entendido como el trabajo demencial y obstinado de las sociedades masónicas, que se traduce finalmente en una apoteosis de la ciencia -culmen y síntesis de su devenir histórico y sus avances científicos-, con máquinas de vapor y bomba atómica incluídas.

Por ello, no es fortuito que ambas obras terminen agregando escenas que semióticamente son equivalentes: una descripción detallada de la 'Apotheosis de Washington', y un beso proyectado a pantalla completa del Mago Oz y Glinda, 'El hada buena'.



La pintura que nos muestra a Washington rodeado de todos los dioses antiguos, protectores de todas las artes y ciencias no es otra cosa sino la proyección pública de la historia como Nación de ese aquel país norteamericano.

Exactamente lo mismo que beso a pantalla completa de Oz y Glinda. Lo que se ve es la forma, el vapor que sirve como difusa pantalla pra proyectar lo que será de allí en adelante el rostro de Oz El Mago. Pero, por un 'descuido involuntario' de los protagonistas que accionan la palanca y posteriormente los engranes, lentes, pivotes y motores, se dará inicio a la proyección de la imagen.

Un rasgo atroz, y entendible tan sólo desde el punto de vista de la retorcida ética norteamericana: la invitación final de Oz a la Bruja del Oeste, Theodora. [Sí, leyó bien. Se llama Theodora, igualito que aquella otra Theodora a quien Pellicer puso por los suelos en sus 'Cartas desde Italia'].

'Si algún día tu corazón puede librarse de ese odio, recuerda que siempre habrá un sitio para tí en este lugar'. Quien engaña, seduce, disfruta y goza, y posteriormente desecha a Theodora -orillándola también a desear 'quitarse el corazón', para poder así dejar de sufrir-, es el mismo que está dispuesto a darle una segunda oportunidad, claro, si ella acepta que es la única culpable por haberse dejado engañar y se llega ante él pidiendo perdón. Esa es la misma política, la misma norma de conducta, de ese país que se ha auto-erigido como la Policía del mundo, y que es incapaz de mantener a salvo siquiera a los niños de/en sus escuelas de estudios básicos.

No, los cuentos y las películas para niños rara vez son sólo mero entretenimiento para el espectador. Generalmente ofrecen una visión más retorcida y cruel, de lo que siquiera nosotros, 'espectadores de buena fe', pudiéramos imaginar en el peor de los casos, en nuestros peores enemigos.

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Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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