Debí asistir a más orgías [IV]

Contrapunctus I.

Utilizaré el término Dios en cuanto herramienta intelectual, no en su acepción de Creador Increado o cualquier otro término metafísico con que se le pueda referenciar.
Cuando Spinoza disecciona el sentimiento de impotencia, ante ese deseo animal, irracional y común a todo ser humano, de exigir la persistencia allende el tiempo, la conciencia y la carne, tenemos ante nosotros a un Dios que complace y satisface todas nuestras necesidades intelectuales, religiosas si se quiere, pero no afectivas. El racionalismo extremo de Spinoza toca y se entrelaza irremediablemente con un misticismo que deslumbra, a poco de comenzar a degustarse.
Pero si la complacencia en esta visión de Dios es capaz de anonadar al espectador, al ser humano en cuanto tal, la visión meramente humana de lo trascendente se pulveriza, tarde que temprano, en y contra la existencia de este plano físico, de la existencia terrena, finita, determinada y sujeta al tiempo y en ese tiempo, a la muerte.
Por ello, la distancia entre el hombre y el Dios de Spinoza es tal, que no hay siquiera un resquicio donde pueda insertarse un acto tan irracional como lo es la encarnación de Dios, la redención por Dios en la carne humana, la salvación de esa muerte eterna por la condenación, tortura, muerte y resurrección de un hombre que también es Dios.
Esto, a priori, es dejado de lado en el sistema perfecto y macizo de Spinoza.
No obstante, a él se debe la posibilidad de hablar y discurrir de Dios, dejando de lado ab initio cualquier tipo de discurso religioso. Se hace presente la posibilidad de intentar desentrañar los misterios más profundos de la conciencia, la existencia, el intelecto, sin recurrir forzosamente a los dominios de la religión y con esto, a los dogmas contra los que nada puede hacerse sin caer en herejías o anatematizaciones.
Si un sistema como el de Spinoza es posible, también serán posibles otros sistemas no menos rigurosos, aunque sí quizá más amplios o con nuevos puntos de vista encerrados en las nuevas terminologías que aparecerían después de él.
La neoescolástica vio con azoro cómo, partiendo de Spinoza, apoyándose en Kant y amplificando a Kierkegaard, el existencialismo se hacía con respuestas que hasta bien entrado el siglo XIX parecían estar supeditadas por completo a los terrenos de la religión, y más específicamente, al cristianismo.
Las corrientes que pretendían actualizar el sistema de creencias y dogmas echó mano de los últimos avances en todos los campos, en la historiografía, el criticismo aplicado a la Escritura, los métodos antaño considerados protestantes pero validados como herramientas analíticas, todo ello plasmado en sendas obras monumentales entre las que sobresalen, por poner un ejemplo muy ad hoc, la edición cuidadosísima auspiciada por León XIII de las Summas de Tomás de Aquino.
"La edición Leonina, comenzada baja el patrocinio de León XIII, continuaría entonces bajo el Maestro General de los Dominicos, sin duda la más perfecta de todas. Se insertarían comentarios críticos de cada sección, se emprendería una revisión muy cuidadosa del texto y se comprobarían todas las referencias. Por orden de León XIII (Motu Proprio del 18 de enero de 1880) la "Summa contra gentiles" se editaría con los comentarios de Silvestre Ferrariensis, mientras que los comentarios de Cayetano van con la "Summa Theologica".
Todo ello, prácticamente es minado desde sus cimientos debido a la aparición de ese existencialismo que tendría uno de sus más extremos militantes en Sartre.
El 'élan vital' de Bergson reemplaza así a esa 'intervención divina', con un agregado más: es suceptive de evolución. Amolda, integra, adapta al desarrollo en tiempo real del sinfín de sucesos, y permite así al hombre si no escapar, por lo menos tener una conciencia capaz de enfrentarse contra la entropía no ya como si se tratase de un elemento extraño y huraño, sino como una circunstancia más que le aferra simbióticamente al entorno en el que se desarrolla.
[...]

Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.