Dos muertas sin enterrar: La narrativa y la novela
El nuevo milenio con su nuevo siglo a cuestas, abrió un horizonte amplísimo para la hermenéutica literaria, y el replanteamiento de los viejos problemas -curiosamente, más actuales que nunca antes-.
Al plantarnos en este nuevo tiempo, surgió la necesidad de explorar minuciosamente las posibilidades que algunos autores ofrecían a lectores y escritores como venas muy explotables y redituables. Y no hablo de 'autores' y 'escritores' como entidades independientes sólo porque sí, como tampoco hablo de explotación y redituabilidad como algo meramente económico.
En el ámbito de la Historia como ficción y narración, sobresalen, por mérito propio, Umberto Eco y Milorad Pavić. Eco, educado y nutrido en el mundo de la semiótica, dejó al mundo pasmado con su 'ballena que a duras penas podría caminar', El nombre de la rosa. Pavić, a su vez, intentando escapar de la lectura lineal a que estamos acostumbrados en el mundo occidental, plantea la escritura de un diccionario triple que encierra la historia del pueblo jázaro. Pavić, a la vez que escritor, se mueve a sus anchas en el terreno de la historia de la literatura.
El etéreo pueblo jázaro y la abadía encerrada en un tiempo sin tiempo dejaron en claro, para los escritores actuales, que era posible jugar con la historia, haciendo literatura, y haciéndose de materiales que sería imposible conseguir en otros lados.
Saramago, lírica exaltada y nacionalismo depurado, escribe su Historia del cerco de Lisboa dando un puntapié a la versión tradicional y oficial, añadiendo un solo 'no' que trastoca no sólo en entramado espacio-temporal, sino la afectividad del corrector de pruebas, impelido a experimentar y seguir un camino impensable por creerse imposible: la negación a rajatabla del pasado -y por ello mismo, también del presente.
En México, se hicieron intentos semejantes. Ignacio Solares escribe sobre Madero basándose en las notas de éste, buscando la transfiguración de un hombre que pareció vivir tan inmerso en su época y tiempo, que terminó siendo un arquetipo de todo un movimiento histórico. Y valga anotar que Solares y Eco publicaron sus novelas en la misma década, lo que indica más que una coincidencia, una corriente que recién comenzaba a dar frutos.
Pasados a la siguiente década, un esforzado Jorge Volpi se atrevía con la historia de la Segunda Gran Guerra, en una novela robusta que no oculta pasajes desafortunados, como las costuras visibles en un gran edredón, que finalmente conserva la forma y resulta funcional a tal grado, que se agenció el premio Biblioteca Breve con su novela sobre Klingsor en 1999.
En la misma fecha, otra novela hizo de la suyas, curiosamente también ambientada -si bien parcialmente- en la Segunda Gran Guerra: el Criptonomicon. En esta, el autor desarrolla una historia de la tecnología que incluye los mayores avances cibernéticos y computacionales de los últimos 70 años.
Pero allí no acaba el desarrollo de la nueva tendencia, claramente ya identificada como la intención de re-crear la historia, con permisivas intrusiones de personajes de toda índole. Producto directo de este movimiento resulta Dan Brown con sus novelas mezcla de historia, ficción, y una desbordada imaginación y una más afilada aún, capacidad de síntesis.
En la misma fecha, otra novela hizo de la suyas, curiosamente también ambientada -si bien parcialmente- en la Segunda Gran Guerra: el Criptonomicon. En esta, el autor desarrolla una historia de la tecnología que incluye los mayores avances cibernéticos y computacionales de los últimos 70 años.
Pero allí no acaba el desarrollo de la nueva tendencia, claramente ya identificada como la intención de re-crear la historia, con permisivas intrusiones de personajes de toda índole. Producto directo de este movimiento resulta Dan Brown con sus novelas mezcla de historia, ficción, y una desbordada imaginación y una más afilada aún, capacidad de síntesis.
Pero, ¿dónde termina la búsqueda del tema literario y se convierte la búsqueda del dato histórico en fuente de la literatura?
Los escritores del 'Boom' insertaban pistas, escenarios y desenvolvían sus personajes en épocas históricas perfectamente definidas e identificables, y no obstante, fueron capaces de crear mundos coherentes, con la lógica impecable de la literatura 'de altos vuelos'. Y aunque los autores como Brown, Volpi o Sephenson tienen un estilo inconfundible, también es cierto que dicho estilo es generalmente pobre, y muy limitado. Bien pudiera ser que se busca ser acordes con el tenor de los Best-sellers que alcanzan un nivel estratosférico de ventas, sin que importe demasiado qué tipo de literatura de está escribiendo, o tan siquiera si lo que se escribe es 'literatura' y no sólo una amalgama de elementos delirantes y disímiles abigarrados en un libro.
Los escritores del 'Boom' insertaban pistas, escenarios y desenvolvían sus personajes en épocas históricas perfectamente definidas e identificables, y no obstante, fueron capaces de crear mundos coherentes, con la lógica impecable de la literatura 'de altos vuelos'. Y aunque los autores como Brown, Volpi o Sephenson tienen un estilo inconfundible, también es cierto que dicho estilo es generalmente pobre, y muy limitado. Bien pudiera ser que se busca ser acordes con el tenor de los Best-sellers que alcanzan un nivel estratosférico de ventas, sin que importe demasiado qué tipo de literatura de está escribiendo, o tan siquiera si lo que se escribe es 'literatura' y no sólo una amalgama de elementos delirantes y disímiles abigarrados en un libro.
Y no obstante, a pesar de lo evidente de las intenciones de dichas obras, la corriente que juega a hacer historia -cuya apoteosis puede no sólo leerse, sino también escucharse y verse en ese filme de Quentin Tarantino, 'Inglorious basterds'- se ha forjado un público entre el que no escasean los críticos y jurados de los grandes premios.
Sólo así es comprensible que Volpi haya podido hacerse de otro premio con una 'novela histórica' por más que afime que está llena de lirismo. Y las frases deslumbrantes con que salpica sus entrevistas -“No puedo negar que era escalofriante. La depresión es una enfermedad impenetrable en la que la tristeza es imparable” afirmó en una entrevista disponible en Internet, realizada por Aurora Intxausti- sirven de marco y portarretrato para una obra que cumple su cometido: añadido de currículum, justificación de credenciales y residencias académicas, adjudicación y cesión de premios, y publicación de 'lo último y más vanguardista' de la literatura.
Mas, este tipo de obras, ensambladas en y por un marketing que incluye tanto a academias, como críticos, lectores y cantidad inimaginable de medios diplomáticos, ¿son realmente 'literatura' o sólo un subproducto de un determinado círculo cultural, donde sistemáticamente van siendo excluídos quienes con su sola presencia dejan en entredicho evidente esa magnífica relojería, generadora de hermosas, huecas e inservibles cajas coloreadas?
Al terminar de leer la novela sobre Klingsor no quedan ganas para leer algún 'libro serio' sobre la Segunda Gran Guerra. Y sin embarlo, al leer la novela inexperta y curiosamente genial de Marcel Beyer, 'El técnico de sonido', queda la tentación irrefrenable de seguirle la pista a esos endemoniados médicos nazis. La lectura de la tejedora de sombras deja poco más que eso, un lirismo poético muy adhoc con el tiempo que vivimos, y aún con ser un tema hasta cierto punto inexplorado, queda irremediablemente sobrepasado con esa película que no obstante ser muy limitada y hasta cierto punto mediocre, impele a la revisión profunda de la historia: 'A dangerous method', donde se intenta retratar la relación que existió entre Freud y Jung, donde la más afectada resultó ser Sabina Spielrein.
Ante esta panorámica, triste visión del horizonte, es válido preguntarse en qué momento la literatura como narración y novela quedó enterrada bajo el dato histórico, o soterrada por autores de limitadísima invención. Porque si es un ciclo simbiótico donde los autores nutren a los críticos y los críticos nutren a los autores y escritores, entonces podremos comprender que el relumbrón de ciertas obras siga agenciándose premios, que se yerguen como altares a lo perecedero, obsoleto y desechable.
Mas, este tipo de obras, ensambladas en y por un marketing que incluye tanto a academias, como críticos, lectores y cantidad inimaginable de medios diplomáticos, ¿son realmente 'literatura' o sólo un subproducto de un determinado círculo cultural, donde sistemáticamente van siendo excluídos quienes con su sola presencia dejan en entredicho evidente esa magnífica relojería, generadora de hermosas, huecas e inservibles cajas coloreadas?
Al terminar de leer la novela sobre Klingsor no quedan ganas para leer algún 'libro serio' sobre la Segunda Gran Guerra. Y sin embarlo, al leer la novela inexperta y curiosamente genial de Marcel Beyer, 'El técnico de sonido', queda la tentación irrefrenable de seguirle la pista a esos endemoniados médicos nazis. La lectura de la tejedora de sombras deja poco más que eso, un lirismo poético muy adhoc con el tiempo que vivimos, y aún con ser un tema hasta cierto punto inexplorado, queda irremediablemente sobrepasado con esa película que no obstante ser muy limitada y hasta cierto punto mediocre, impele a la revisión profunda de la historia: 'A dangerous method', donde se intenta retratar la relación que existió entre Freud y Jung, donde la más afectada resultó ser Sabina Spielrein.
Ante esta panorámica, triste visión del horizonte, es válido preguntarse en qué momento la literatura como narración y novela quedó enterrada bajo el dato histórico, o soterrada por autores de limitadísima invención. Porque si es un ciclo simbiótico donde los autores nutren a los críticos y los críticos nutren a los autores y escritores, entonces podremos comprender que el relumbrón de ciertas obras siga agenciándose premios, que se yerguen como altares a lo perecedero, obsoleto y desechable.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.
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