Lo importante


En su tránsito por esta vida, con forma, afecciones y una noción plena y neta de lo humano, el Cristo se caracterizó por enfatizar hasta el exceso la necesidad de poner en práctica aquello que se dice creer.
Esta exigencia, válida en cualquier ámbito, puede trasladarse desde terrenos de lo ético, hasta la moral, la filosofía, la teología, la ciencia, la economía, lo social, lo ecológico.
El gran orden previsto y provisto por el cristianismo radica no tanto en la limitación 'a priori' de los creyentes o fieles, sino en la línea de acción marcada por la creencia, por la fe.
Es decir, la acción del cristiano, y de cualquier creyente, ha de ir de la mano con la realización temporal de todos los estatutos, o de la normatividad si se quiere, buscando alcanzar la realización de un mundo acorde con los dictados primigenios del Maestro.
Pero, cuando la subjetividad entra en juego, y la concepción personal del mundo y de la vida en el mundo, choca de frente con la forma de vida dictada por el cristianismo, comienza a desbaratarse el entramado factual cayéndose en una abstracción que es muy difícil poner por práctica, o puede tener resultados imprevisibles, e incluso peligrosos o contrapuestos con los designios primeros del Cristo.
Tal es la razón de que apenas un par de siglos después de aparecido sobre la faz de la tierra, el cristianismo haya conocido las primeras herejías, muchas de las cuales fue necesario depurar y aniquilar, para hacer prevalecer un cánon que ya no era quizá lo estipulado por el Maestro, pero se avisaba como esencial e imprescindible para sostener y proteger las enseñanzas y la forma de vida cristiana más pura.
De la enseñanza apostólica, contemporánea a las andanzas terrenales del Cristo, hasta la gran dicotomía enfatizada ya en los Hechos de los Apóstoles, hay un paso gigantesco que no puede ser obviado por cualquier cristiano que se precie de serlo. Pedro y Pablo, los dos principales representantes y sistematizadores del cristianismo más temprano, tuvieron que hacer frente a la adecuación del precepto, que chocaba frontalmente contra la costumbre asumida y elevada hasta la categoría de dogma de una fe pagana.
Pensando en función de moldes y esquemas mentales cuyas raíces estaban íntimamente ligadas al judaísmo más ortodoxo, ambos se dieron a la tarea de ofrecer una visión coherente del cristianismo, lo que supuso desde el principio abandonar la idea de la unidad de credos en favor de una 'catolicidad' cristiana. Esta 'catolicidad' era tanto más importante en cuanto esta 'universalidad' constituía el anhelado estado ideal de la sociedad contemporánea a lo primeros apóstoles. Por ello se resaltaron elementos comunes, y otros que en su momento fueron candentes y polémicos -como la circuncisión de los paganos o no judíos- fueron dejados de lado paulatinamente.
La primitiva iglesia pudo mantenerse en pie gracias a sus líneas de acción. Dichas líneas de acción, aún cuando chocaban contra las ideologías y cosmologías de sus contemporáneos, resultaban muy llamativas para todos aquellos adeptos y devotos a las antiguas religiones, cuyos ritos habían caído en descrédito sobre todo en las grandes metrópolis.
El caso de Simón el Mago debió ser no una excepción, sino un ejemplo común de quienes intentaban verter en moldes viejos la nueva enseñanza que comenzara a esparcirse por todo el orbe conocido.
Esta forma de acción puede rastrearse también hasta la iglesia del día de Pentecostés, y en retrospectiva, hasta el Calvario, hasta la Última Cena, y hasta el Bautismo en el Jordán. Porque, como dijo Juan en su Evangelio, en el principio era el Verbo. Es decir, la acción creadora más pura y eminente.
Visto desde este ángulo, la acción creadora del hombre actual, y de cualquier creyente o cristiano, sigue siendo similar y muy semejante a la que el hombre común, o el hombre de la calle, tuvo ante los ojos del Cristo. Porque Él advertía claramente que esta capacidad creadora, que ese don de la creación, permitiría al hombre transformar el mundo, y también entrevió la enorme responsabilidad del hombre en cuanto factor de transformación del mundo tangible, y del espiritual.
El hombre puede hacer mejor o peor el mundo en el que vive, con todas y cada una de sus circunstancias.
Por ello, el gran milagro, prodigio contemporáneo que no pierde su vigor incluso dos mil años después, es el de permitir que aquella Gracia del Cristo, derramada brutalmente en el Gólgota, siga alcanzándonos y haciéndonos reflexionar día a día sobre los alcances -voluntarios en involuntarios- de las acciones propias, aunque se disfracen de sueños, angustias, deseos o intentos.
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Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.