Líbido, sexualidad, moralidad y ética [Un comentario para Luda, siempre sensible y decidida]


"No hay más uniones legítimas que las dictadas en todo momento por la pasión", Stendhal.

Contrariamente a lo que parece, en mi infancia me enseñaron -y aprendí, porque no había de otra- a no pretender enseñarle el padrenuestro al señor cura, y también a estar atento a los chismorreos de los monaguillos.

Dicho esto, por un lado me curo en salud -sólo un demente iría en contra de Stendhal- y también me adjudico el derecho de opinar algo diferente -y contrario- a Stendhal.

El primer escollo con que tropezamos al utilizar ese tipo de frases, es la falta de contextualidad que permita delimitar los alcances de una afirmación cualquiera.

Stendhal y su obra novelística estaba más acorde con Byron y D. H. Lawrence que con el Divino Marqués, de allí que Stendhal legítimamente pudo escribir y creer lo que escribió y creyó, ya que él mismo se encontraba en el otro lado de la balanza, caprichosamente contrapesada por las novelas de Sade.

Avanzando un par de siglos, veremos que el problema actual enunciado por esa misma frase, válida en tiempos de Stendhal, se cifra en que el movimiento unísono y sincronizado de sexualidad y líbido se ha duplicado, yendo cada una de éstas en sentidos incluso encontrados.

La sexualidad en cuanto tal incluye todo lo abarcable en el amplio espectro de la experiencia sensible humana. Esto no excluye absolutamente ninguna práctica o tipo de experiencia, por radical o tabú que pueda parecer. La sexualidad humana en cuanto tal incluye la pederastia, la pedofilia, la necrofilia, la zoofilia, la homosexualidad, el sadismo, el masoquismo, la coprofagia, el bukkake y el bondage... en fin, todo lo suceptible y capaz de ser experimentado por el ser humano en cuanto tal.

El lector avezado habrá advertido que no incluí en la rápida lista anterior la 'heterosexualidad', esto por una razón perfectamente válida: la moralidad imperante en las más amplias esferas sociales a través de los diversos territorios geográficos hacen de la heterosexualidad una práctica excluyente, el canal predilecto para liberar los impulsos irracionales de la líbido. Con esto no se pretende que las otras pulsones igualmente válidas y constatables, desaparezcan del todo, sino que se neutralizan, en una tendencia a minimizarlas hasta hacerlas acercarse prácticamente a cero.

Esta es la razón más simple y llana de que la humanidad en cuanto tal no se haya extinguido hace varios milenios de años: la heterosexualidad se ha unido indisolublemente a la procreación y la costumbre ha tomado la fuerza y categoría de ley. Las prácticas excluidas a priori por la práctica heterosexual siguen vigentes, y lo han estado a lo largo de la historia, sólo como manifestaciones esporádicas que no han logrado deslizar el eje alrededor del cual se ha elaborado la normatividad jurídica y moral, que sigue siendo aún en nuestros días la unión heterosexual.

El problema de fondo en las uniones homosexuales, entiéndase uniones inter pares, radica en que jurídicamente hablando no se ha establecido claramente una definición válida de matrimonio que, lejos de excluir a quienes escapan a la costumbre vuelta norma, incluya todas las variables factuales de la familia.

Una sana experiencia de la sexualidad, satisfactoria y gratificante, será aquella capaz de trascender la esfera de la propia personalidad independientemente de sus inclinaciones o pulsiones, acercándose a otro ser humano que comparta esas mismas pulsiones, y que no pretenda imponer la validez de su unión como la única norma a que ha de someterse cualquier otra persona.

Me explico: dentro del horizonte factual de la sexualidad humana todas y cada una de las uniones tienen la misma categoría, pésele a quien le pese: todas son llanamente canales, vías de realización, de la líbido de un sujeto en particular, de una persona en un tiempo determinado.

Y si el concepto más tradicional de lo que es 'la familia' se ha transformado radicalmente en los últimos 25 años, también es necesario transformar radicalmente la legalidad que proteja la decisión de dos personas de formar un proyecto de vida como pareja.

Esto es un derecho innegable e inalienable, que no debería estar en las mesas de discusión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

¿Por qué entonces la cacería de brujas emprendida contra aquellos que 'no acatan' la norma imperante que reconoce sólo a la unión entre un varón y una hembra como verdadera relación matrimonial?

Por la razón que ya se mencionó supra: a la unión heterosexual se le ha concedido legitimidad y derecho de procreación. Y no por simple capricho, sino por ser esto consecuencia inevitable del horizonte factual ya mencionado, que incluye todas las formas posibles de unión sexual.

Esto significa que la unión entre pares es estéril por naturaleza, que la pedofilia y pederastia es placentera para una de las partes -el adulto- mas no para el infante -e incluso esta última afirmación deberá hacerse con reservas, cualquier excepción obligaría al replanteamiento de la sexualidad adolescente y pre-adolescente, por espinoso que parezca-, que el sadomasoquismo disfruta con lo que es tortuoso para el otro. Y precisamente en esto radica la problemática de legitimizar, legalizar, otras formas de vivir la sexualidad fuera de la heterosexualidad.

Ya podrá apreciarse que el establecimiento de la familia como patrón de conducta dictado por la sociedad y las costumbras en boga, puede ser, efectivamente, modificado para adaptarlo a las nuevas necesidades/costumbres/circunstancias.

Mas en este estadio es donde yace el problema que apenas se revuelve un poco brinca violentamente desperdigándose en foros, publicaciones, mesas de debate: esa modificación del concepto de 'familia' debe ir de la mano con una nueva definición de 'matrimonio' y esto, sin desplazar gratuitamente el eje desde la importancia de la defensa de la decisión de los pares que deciden hacer vida junto, hacia la automática consecución de vástagos 'per se' añadidos a este nuevo modelo de unión 'conyugal'.

Si la primera intención de las uniones inter pares no es más que el disfrute de la sexualidad y la satisfacción de las pulsiones de la líbido, la consecuencia inmediata es la renuncia al proceso de reproducción, llamado 'procreación'. Pretender que la unión entre pares puede ser fructífera y generadora de vida atenta, lisa y llanamente, contra el horizonte factual de la experiencia sexual humana.

Por tanto, para el establecimiento de nuevos moldes estructurales que incluyan las nuevas formas que la familia en cuanto tal van adquiriendo y siendo más ampliamente aceptadas, ha de partirse de una afirmación, no de una negación: la afirmación es que, al existir vástagos de una unión precedente, ha de girar la nueva estructura familiar alrededor de los hijos, y no alrededor de los pares que intentan vivir una unión con miras a un proyecto de vida compartido.

Cuando se logre salvaguardar la integridad, el bienestar y la dignidad de los vástagos que se desea formen parte de esos nuevos moldes estructurales de la familia, entonces y sólo entonces será posible hablar con legitimidad y al amparo de un derecho común y vigente para todo ciudadano, de nuevas familias formadas por sujetos pares capaces de guiar, educar, cuidar y buscar la realización de los vástagos encomendados a ellos, sin que de su unión se siga forzosamente el surgimiento de seres humanos mutilados, menospreciados o reprimidos.

Qué duda cabe: hay cosas que Stendhal tenía todo el derecho de decir, pero también hay cosas que ya no pueden decirse.

Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.

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