Entre Dios y el Diablo
No olvidemos que el Vaticano juega a la política, y no siempre limpiamente.
El último movimiento con el que pretende 'facilitar' la conversión de los Anglicanos que desean volver a la Iglesia Católica tiene 2 razones principales.
Primera, la imagen de un papado que se está viendo menoscabado por sus decisiones retrógradas, que ya se ha metido en varios problemas con otras religiones y ha estado a punto de irse a las manos por lo menos un par de veces en los últimos 3 años, primero con la acusación hacia los musulmanes de que su religión es una religión que incita a la violencia, y después con el levantamiento de la excomunión impuesta a los obispos lefevristas que negan rotunda y categóricamente que haya existido jamás el holocausto, metiéndose entonces en camisa de once varas respecto del judaísmo.
Segunda: el decrecimiento de la feligresía católica, que opta por abrazar otros credos, por más que sigan siendo cristianos, amparándose en un falso ecumenismo, más acorde a los pactos económicos que a la reconciliación fraternal de los Hermanos en Cristo.
Si observamos atentamente, podremos ver que la aceptación e invitación son invitaciones y aceptación a medias. Se respetará a los sacerdotes casados que tengan familia, se les mantendrá en su misma dignidad sacerdotal. Pero no podrán aspirar al obispado, es más, quedarán automáticamente descartados para ocupar puestos pastorales y sacerdotales de primer grado. La pregunta obligada es qué pasará con los obispos casados, si acaso los obispos casados son aceptados, no puede 'rebajárseles' ya que el sacerdocio y la consagración que han recibido no puede ser abolidos, salvo en los casos que específicamente marca el derecho canónico.
La Iglesia Católica, jugando a ser más lista que el Diablo, ha echado mano de un argumento muy simple, callado y pronunciado entre líneas: aceptar a los sacerdotes homosexuales, o a las religiosas lesbianas no es ningún problema. En absoluto. ¿Cómo podría ser problema o dar problemas lo que no se lleva a cabo, lo que no se realiza, cómo puede matar un veneno que no se ha de ingerir?
El sacerdocio y la vida religiosa católicas rechazan categóricamente cualquier intento de apertura -al menos este papa lo ha dejado muy claro- y los sacerdotes por más que sean homosexuales como seminaristas, deberán arreglárselas solitos o como puedan, o definitivamente colgar la sotana 'para perderse en sus más bajas y vanas pasiones y pecados'. Igual sucede con las religiosas: si una mujer opta por la vida consagrada no importa de dónde venga, siempre y cuando su vida consagrada demuestre coherencia entre lo que profesa y el celibato que se le impone.
Como se ve, homosexualidad y lesbianismo no ofrecen ningún tipo de problemas en el seno de la Iglesia Católica: el sacerdote y la religiosa ideales subliman sus 'groseros' deseos carnales -¿grosero deseo el de querer una familia, el de realizarse en la paternidad como hombre y mujer íntegros?- al cederse en un matrimonio voluntario por entero a la Madre Iglesia.
¿Y qué pasará con los sacerdotes católicos que quieran abrazar la vida de matrimonio, sin perder su ministerio sacerdotal? ¿Se les dará la oportunidad de volverse anglicanos pero con los pies bien puestos en el catolicismo, o a ellos sí se les aplicará la excomunión automática, cual si se trataran de herejes o apóstatas?
La Iglesia juega, siempre ha jugado, con la política. Y su papel nunca ha sido limpio del todo. Lamentablemente, este papa, empecinado en la barbarie que sólo puede culminar o en la tumba o en la catacumba, no da muestras de tener mayor seso que el que tiene cualquier feligrés adoctrinado: demasiados libros y poca 'vida real'.
No todo en este mundo es el ornamento y el rito.
Los feligreses -los hombres de a pie- va a misa, a veces se confiesan y también comulgan, pero también comen, se visten, se desvisten, se casan y procrean hijos. Y antes que nada, los sacerdotes y religiosas son hombres y mujeres con necesidades eminentemente humanas -de hombres y mujeres, respectivamente-.
El último movimiento con el que pretende 'facilitar' la conversión de los Anglicanos que desean volver a la Iglesia Católica tiene 2 razones principales.
Primera, la imagen de un papado que se está viendo menoscabado por sus decisiones retrógradas, que ya se ha metido en varios problemas con otras religiones y ha estado a punto de irse a las manos por lo menos un par de veces en los últimos 3 años, primero con la acusación hacia los musulmanes de que su religión es una religión que incita a la violencia, y después con el levantamiento de la excomunión impuesta a los obispos lefevristas que negan rotunda y categóricamente que haya existido jamás el holocausto, metiéndose entonces en camisa de once varas respecto del judaísmo.
Segunda: el decrecimiento de la feligresía católica, que opta por abrazar otros credos, por más que sigan siendo cristianos, amparándose en un falso ecumenismo, más acorde a los pactos económicos que a la reconciliación fraternal de los Hermanos en Cristo.
Si observamos atentamente, podremos ver que la aceptación e invitación son invitaciones y aceptación a medias. Se respetará a los sacerdotes casados que tengan familia, se les mantendrá en su misma dignidad sacerdotal. Pero no podrán aspirar al obispado, es más, quedarán automáticamente descartados para ocupar puestos pastorales y sacerdotales de primer grado. La pregunta obligada es qué pasará con los obispos casados, si acaso los obispos casados son aceptados, no puede 'rebajárseles' ya que el sacerdocio y la consagración que han recibido no puede ser abolidos, salvo en los casos que específicamente marca el derecho canónico.
La Iglesia Católica, jugando a ser más lista que el Diablo, ha echado mano de un argumento muy simple, callado y pronunciado entre líneas: aceptar a los sacerdotes homosexuales, o a las religiosas lesbianas no es ningún problema. En absoluto. ¿Cómo podría ser problema o dar problemas lo que no se lleva a cabo, lo que no se realiza, cómo puede matar un veneno que no se ha de ingerir?
El sacerdocio y la vida religiosa católicas rechazan categóricamente cualquier intento de apertura -al menos este papa lo ha dejado muy claro- y los sacerdotes por más que sean homosexuales como seminaristas, deberán arreglárselas solitos o como puedan, o definitivamente colgar la sotana 'para perderse en sus más bajas y vanas pasiones y pecados'. Igual sucede con las religiosas: si una mujer opta por la vida consagrada no importa de dónde venga, siempre y cuando su vida consagrada demuestre coherencia entre lo que profesa y el celibato que se le impone.
Como se ve, homosexualidad y lesbianismo no ofrecen ningún tipo de problemas en el seno de la Iglesia Católica: el sacerdote y la religiosa ideales subliman sus 'groseros' deseos carnales -¿grosero deseo el de querer una familia, el de realizarse en la paternidad como hombre y mujer íntegros?- al cederse en un matrimonio voluntario por entero a la Madre Iglesia.
¿Y qué pasará con los sacerdotes católicos que quieran abrazar la vida de matrimonio, sin perder su ministerio sacerdotal? ¿Se les dará la oportunidad de volverse anglicanos pero con los pies bien puestos en el catolicismo, o a ellos sí se les aplicará la excomunión automática, cual si se trataran de herejes o apóstatas?
La Iglesia juega, siempre ha jugado, con la política. Y su papel nunca ha sido limpio del todo. Lamentablemente, este papa, empecinado en la barbarie que sólo puede culminar o en la tumba o en la catacumba, no da muestras de tener mayor seso que el que tiene cualquier feligrés adoctrinado: demasiados libros y poca 'vida real'.
No todo en este mundo es el ornamento y el rito.
Los feligreses -los hombres de a pie- va a misa, a veces se confiesan y también comulgan, pero también comen, se visten, se desvisten, se casan y procrean hijos. Y antes que nada, los sacerdotes y religiosas son hombres y mujeres con necesidades eminentemente humanas -de hombres y mujeres, respectivamente-.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.
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