Ser felices... aunque Dios no quiera
Pues bien, ese grandísimo cabrón se vengó el día de ayer. Mi coche ya no quiso prender, la marcha pasó a mejor vida. Y ni modo, me tocó volver a las andadas con los camiones urbanos y por si fuera poco, caminar los dos kilómetros de ida y vuelta que hay desde la avenida principal hasta la escuela.
En el camino pensé que ese Dios vengador, dispuesto a partirse la jeta contra quien sea del A. T. no está muy lejos de ese Dios vengador que juega con mi coche y no se contenta con dejarme sin gasolina, sino que ahora se llevó la marcha de encuentro.
Ante esto de poco sirven las apologías, si a venganzas vamos, la única manera que tiene el hombre de reclamar es la de ser felices en la medida de lo posible. Y conste que por ser felices no entiendo epicureísmo ni sadomasoquismo, nanáis Lulú, nada de eso.
Entiendo que incluso ante los dolores más inconmensurables, los problemas más absurdos y estúpidos -como el de mi coche casi muerto- hay que seguir de frente, sin detenerse en el dolor -sólo gozan con el dolor los masoquistas, y estoy bien lejos de ser uno de esos- y tratando de ser felices, aunque todo esté en contra.
Esa es nuestra verdadera vocación, buscar la felicidad, aunque Dios mismo no lo quiera.
Nam stat fua cuiq~ dies, breue et irreparabile tempus.
Comentarios
Tu que eres de la vela perpetua y casi Carmelito descalzo ¿blasfemando?
No te creas. Bienvenido al club
Te entiendo Francisco, me cae que te entiendo, ni hablar busquemos la felicidad a pie, no nos queda de otra.
Hox: te deseo lo mejor, y más aún, que no tengas que caminar dos malditos kilómetros por la mañana y dos malditos kilómetros por la tarde más las 15 cuadras hasta la casa que tengo que escabecharme cuando salgo del trabajo y la maldita temperatura está a 38 grados a la sombra.
Sí, la vida es una chingadera.
Un abrazo