De profundis
Hablar sobre la muerte no es gratuito, y tampoco es una acción sustentada en el morbo.
De la afimación categórica en algo que trasciende a ese cese de las funciones vitales a la aceptación de la existencia de una fuerza suprema se llega forzosamente, pero esta fuerza vital suprema se concibe generalmente en una dualidad bien-mal que sólo y quizá un poco puede ser matizada cuando tercia la concepción de esa fuerza como algo a su vez 'inteligente'.
Esto significa que creemos en una deidad buena que está en lucha constante con una deidad mala, confrontándose constantemente y que deja por lo general, maltrechos a los hombres, débiles espectadores de ese combate constante.
Mas la inteligencia y la decisión de que hace gala el hombre impiden asistir a ese desarrollo como un receptor inanimado, y aunque espectador, la capacidad de percibirse inmerso en esa lucha entre contrarios origina lo que se tiende a llamar 'conciencia moral', que es a su vez moldeada precisamente por las costumbres más inmediatas existentes en una sociedad determinada y en un tiempo determinado.
Y a estas alturas ya puedes vislumbrarse la aparición sobre el horizonte conceptual del problema del bien y del mal.
La definición del mal como una simple 'carencia' o 'ausencia' del bien no puede afirmarse ni retomarse actualmente: la existencia del mal como un conjunto más o menos ordenado de acciones, pulsiones y deseos humanos es innegable, de la misma forma que puede constatarse una ascética o incluso una mística entre quienes optan por buscar y llevar a cabo una vida basada en el bien.
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