Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. 16 - 20.
Quod scripsi, scripsi!
16.- En las demás crónicas de aquel tiempo, escritas por españoles o indios, buscaremos también en vano la historia. Muñoz Camargo (1576), el padre Valadés (1579), el padre Durán (1580), el padre Acosta (1590), Dávila Padilla (1596), Tezozomoc (1598), Ixtlilxochitl (1600), Grijalva (1611), guardan igual silencio. Tampoco —7→ dijo nada el padre fray Gabriel de Talavera que en 1597 publicó en Toledo una historia de Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura, aunque hace mención del santuario de México. El cronista franciscano Daza, en su Crónica de 1611, Fernández en su Historia Eclesiástica de nuestros tiempos (1611) y el cronista Gil González Dávila en su Teatro Eclesiástico de las Iglesias de Indias (1649) escribieron la vida del señor Zumárraga y callaron la historia de la Aparición. Ya la contó el padre Luzuriaga en la vida del mismo prelado, como que publicó su Historia de Nuestra de Aránzazu en 1686.
17.- Vengamos ahora al padre Sahagún. El autor del manuscrito copió honradamente el famoso texto: no así el anónimo de la disertación poblana, que con mala fe le truncó, suprimiendo lo que contrariaba su intento. Haga Vuestra Señoría Ilustrísima la comparación entre ambos textos: va subrayado, para mayor claridad, lo que omitió el escritor de Puebla.
Este pasaje del padre Sahagún se encuentra igual en la edición de don Carlos María de Bustamante y en la de Lord Kingsborough.
18.- No sólo aquí habló de Nuestra Señora de Guadalupe el padre Sahagún. En un códice manuscrito en 4.º que existe en la Biblioteca Nacional, rotulado por fuera Cantares de los Mexicanos y otros opúsculos, al tratar del Calendario dice: «La —9→ tercera disimulación (idolátrica) es tomada de los nombres de los ídolos que allí se celebraban, que los nombres con que se nombran en latín o en español significan lo que significaba el nombre del ídolo que allí adoraban antiguamente. Como en esta ciudad de México, en el lugar donde está Santa María de Guadalupe se adoraba un ídolo que antiguamente se llamaba Tonantzin; y entiéndenlo por lo antiguo y no por lo nuevo. Otra disimulación semejante a esta hay en Tlaxcala, en la iglesia que llaman Santa Ana» etc.
19.- El padre Sahagún vino en 1529 y debía estar bien enterado de la historia de la Aparición, si ésta hubiera acontecido dos años después. Nadie como él trató con los indios: pudo conocer perfectamente a Juan Diego y demás personas que figuraron en el negocio. A pesar de todo, dice terminantemente que «no se sabía de cierto el origen de aquella fundación»; y por los dos pasajes citados se advierte con toda claridad que le desagradaba la devoción de los indios, teniéndola por idolátrica, y que deseaba verla prohibida. Uno de sus fundamentos es que allí acudían en tropel los indios como de antes, mientras que no iban a otras iglesias de Nuestra Señora. Supuesta la realidad de la Aparición, ninguna extrañeza podía causar al padre Sahagún que los indios prefiriesen el lugar en que uno de los suyos había sido tan singularmente favorecido por la Santísima Virgen. Bien mirado, el testimonio del padre Sahagún es ya algo más que negativo.
20.- Por aquellos mismos tiempos preguntaba el Rey a don Martín Enríquez cuál era el origen de aquel santuario; y el virrey contestaba con fecha 25 de septiembre de 1575, que por los años de 1555 o 56 existía allí una ermita con una imagen de Nuestra Señora, a la que llamaron de Guadalupe por decir que se parecía a la del mismo nombre en España, y que la devoción comenzó a crecer porque un ganadero publicó que había cobrado la salud yendo a aquella ermita. Vemos, pues, que el virrey mismo, con tener tantos medios de informarse y haber de dar cuenta al Rey, no alcanzó a saber el origen de la ermita: explica de dónde vino a la imagen el nombre de Guadalupe y nos informa de que la devoción había —10→ crecido porque se contó un milagro obrado allí. Pronto veremos confirmado por otro documento auténtico, que precisamente hacia esos años se declaró la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, y se publicaban muchos milagros. Como Muñoz sólo insertó en su Memoria el párrafo de la carta de Enríquez que hacía a su intento, no ha faltado quien se atreva a suponer que en el resto de la carta se hablaría algo más: suposición enteramente gratuita, como ya está demostrado con el documento íntegro publicado en las Cartas de Indias.
Tenemos, además, una minuciosa relación del viaje del Comisario franciscano fray Alonso Ponce, y en ella se refiere que habiendo salido de México el 23 de julio de 1585, pasó una gran acequia «por una puente de piedra junto a la cual está un poblecito de indios mexicanos, y en él, arrimada a un cerro una ermita o iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe a donde van a velar y tener novenas los españoles de México, y reside un clérigo que les dice misa. En aquel pueblo tenían los indios antiguamente en su gentilidad un ídolo llamado Ixpuchtli, que quiere decir virgen o doncella, y acudían allí como a santuario de toda aquella tierra con sus dones y ofrendas. Pasó por allí de largo el padre Comisario» etc. Que el redactor de la relación, como nuevo en la tierra, equivocara el nombre del ídolo, nada tiene de extraño; pero lo es, y mucho, que si la tradición existía, como se afirma, ninguno de los de la comitiva hubiera dado aviso al Comisario de que en aquella ermita se guardaba una imagen milagrosamente pintada, para que entrara a verla y venerarla, en vez de pasarse de largo.
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