Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. 11 - 15.

Quod scripsi, scripsi!

11.- Que no hay informaciones o autos originales de la Aparición, es cosa que declaran todos sus historiadores y apologistas, incluso el padre Sánchez, y explican la falta con razones más o menos plausibles. Algunos se han empeñado en que realmente existieron, y quieren probarlo refiriendo que el señor arzobispo don fray García de Mendoza (1602-1604) leía con gran ternura los autos y procesos originales de la Aparición, lo cual no consta más que por una serie de dichos. Cuentan también que fray Pedro Mezquia, franciscano, vio y leyó en el Convento de Vitoria «donde tomó el hábito el señor Arzobispo Zumárraga», escrita por este prelado a los religiosos de aquel convento, la historia de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, «según y como aconteció»... El padre Mezquia partió para España y ofreció traer a su vuelta el importantísimo documento; pero no le trajo, y reconvenido por ello, respondió que no lo había hallado, y que se creía haber perecido en un incendio que padeció el archivo; con lo cual quedaron todos satisfechos, sin meterse a averiguar más. Vuestra Señoría Ilustrísima sabe que el señor Zumárraga no tomó el hábito en el convento de Vitoria, ni aun consta que alguna vez residiera en él: tampoco hay otra noticia del oportuno incendio del archivo. Por lo demás, la falta de los autos originales no sería, por sí sola, un argumento —4→ decisivo contra la Aparición, pues bien pudo ser que no se hicieran, o que después de hechos se extraviaran: aunque a decir verdad, tratándose de un hecho tan extraordinario y glorioso para México, una u otra negligencia es harto inverosímil.

12.- El primer testigo de la Aparición debiera ser el ilustrísimo señor Zumárraga, a quien se atribuye papel tan principal en el suceso y en las subsecuentes colocaciones y traslaciones de la imagen. Pero en los muchos escritos suyos que conocemos no hay la más ligera alusión al hecho o a las ermitas: ni siquiera se encuentra una sola vez el nombre de Guadalupe. Tenemos sus libros de doctrina, cartas, pareceres, una exhortación pastoral, dos testamentos y una información acerca de sus buenas obras. Ciertamente que no conocemos todo cuanto salió de su pluma, ni es racional exigir tanto; pero si absolutamente nada dijo en lo mucho que tenemos, es suposición gratuita afirmar que en otro papel cualquiera, de los que aún no se hallan, refirió el suceso. Si el señor Zumárraga hubiera sido testigo favorecido de tan gran prodigio, no se habría contentado con escribirlo en un solo papel, sino que le habría proclamado por todas partes, y señaladamente en España, adonde pasó el año siguiente: habría promovido el culto con todas sus fuerzas, aplicándole una parte de las rentas que expendía con tanta liberalidad; alguna manda o recuerdo dejaría al santuario en su testamento; algo dirían los testigos de la información que se hizo acerca de sus buenas obras: en la elocuente exhortación que dirigió a los religiosos para que acudieran a ayudarle en la conversión de los naturales venía muy al caso, para alentarlos, la relación de un prodigio que patentizaba la predilección con que la Madre de Dios veía a aquellos neófitos. Pero nada, absolutamente nada en parte alguna. En las varias Doctrinas que imprimió tampoco hay mención del prodigio. Lejos de eso, en la Regla Cristiana de 1547 (que si no es suya, como parece seguro, a lo menos fue compilada y mandada imprimir por él) se encuentran estas significativas palabras: «Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues está nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en —5→ el Testamento Viejo y Nuevo». ¿Cómo decía eso el que había presenciado tan gran milagro?... Parece que el autor de la nueva apología no conoce los escritos del señor Zumárraga, pues nunca los cita y solamente asegura que si nada dijo en ellos, dijo bastante con sus hechos levantando la ermita, trasladando la imagen, etc. Es necesario decir, para de una vez, que todas esas construcciones de ermitas y traslaciones de la imagen no tienen fundamento alguno histórico. Todavía el autor discute la posibilidad de que el señor Zumárraga hiciera una de esas procesiones a fines de 1533, siendo ya cosa probada con documentos fehacientes que estaba entonces en España, y que volvió a México por octubre de 1534.

13.- Si del señor Zumárraga pasamos a su inmediato sucesor, el señor Montúfar, a quien se atribuye parte principal en las erecciones de ermitas y traslaciones de la imagen, hallaremos que en 1569 y 70 remitió, por orden del visitador del Consejo de Indias don Juan de Ovando, una copiosa descripción de su Arzobispado (que tengo original), en la cual se da cuenta de las iglesias de la ciudad sujetas a la mitra, y para nada se menciona la ermita de Guadalupe. Por pequeña que fuese, lo ilustre de su origen y la imagen celestial que encerraba merecían muy bien una mención especial, con la correspondiente noticia del milagro. Interrogando a los primeros religiosos, los hallaremos igualmente mudos. Fray Toribio de Motolinía escribió en 1541 su Historia de los Indios de Nueva España, donde refiere varios favores celestiales otorgados a indios; mas no aparece nunca en ella el nombre de Guadalupe. Lo mismo sucede en otro manuscrito de la obra, que poseo, muy diferente del impreso. Es muy notable el silencio de la célebre carta del ilustrísimo señor Garcés al señor Paulo III en favor de los indios, en la cual refiere también algunos favores que habían recibido del cielo. Tampoco se halla cosa alguna en las cartas del V. Gante, del señor Fuenleal, de don Antonio de Mendoza, y de otros muchos obispos, virreyes, oidores y personajes, que últimamente se han publicado en las Cartas de Indias, y en la voluminosa Colección de Documentos inéditos del Archivo de Indias.

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14.- Fray Bartolomé de las Casas estuvo aquí en los años de 1538 y 1546: indudablemente conoció y trató al señor Zumárraga, pues ambos asistieron a la junta de 1546: de su boca pudo oír la relación del milagro. Con todo, en ninguno de sus muchos escritos habla de él, y eso que le habría sido tan útil para esforzar su enérgica defensa de los indios. ¡Qué efecto no habría producido en los católicos monarcas españoles la prueba de que la Virgen Santísima tomaba bajo su especial protección la raza conquistada! ¡Qué argumento contra los que llegaron a dudar de la racionalidad de los indios y los pintaban llenos de vicios e incapaces de sacramentos!

15.- Fray Jerónimo de Mendieta vino en 1552: compuso su Historia Eclesiástica Indiana a fines del siglo, valiéndose de los papeles de sus predecesores: era ardiente defensor de los indios: cuenta, lo mismo que Motolinía, los favores que recibían del cielo; y particularmente en el capítulo 24 del libro IV trae la aparición de la Virgen el año de 1576 al indio de Xuchimilco Miguel de S. Jerónimo, quien la refirió al mismo padre Mendieta; pero nada dice de Nuestra Señora de Guadalupe, ni tampoco en sus cartas, de que tengo algunas inéditas. Aun hay más, porque escribió de propósito en tres capítulos la vida del señor Zumárraga, y calló todo el suceso ¿Para cuándo guardaba su relación? Podrá haber acaso almas caritativas que, por haber yo publicado esa obra, hagan el mal juicio de que suprimí algún pasaje. Debo advertirles para su tranquilidad, que el manuscrito existe en poder del señor don José María Andrade, y que esa misma biografía silenciosa de Mendieta fue enviada al General de la Orden, fray Francisco de Gonzaga, quien la imprimió traducida al latín en su obra De Origine Seraphicae Religionis. El general de la orden franciscana no echó de ver aquella omisión, ni dijo en 1587 cosa alguna de tan notable acontecimiento.

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