Sacerdotes que han dejado huella en mi vida

Pbro. Florentino Covarrubias Covarrubias.

Falleció el 14 de marzo de 2005. Sacerdote originario de Zapopan, Jalisco, me permitió ser lector en las celebraciones en el que fuera entonces 'mi barrio': el barrio del Sagrado Corazón de Jesús, en Jalpa, Zacatecas.

Padeció muchísimo de úlcera estomacal, hasta el punto que celebrar la eucaristía era un verdadero martirio para él, por aquello de tomar el vino en ayunas, a las 7 de la mañana, hora de la primera celebración.

Tenía una pasión verdadera por manejar automóviles, es una de las pocas personas que he podido ver que circulaba por las curvas que van de Jalpa a Guadalajara, pasando Moyahua, a 80 kilómetros por hora. Hacía prácticamente el trayecto Jalpa - Guadalajara en una hora y cincuenta minutos. Lo acompañé un par de veces, cuando iba a ver a su madre, enferma ya, a Zapopan.

Comprendió demasiado bien la situación de miseria y pobreza que vivíamos en la familia en aquellos tiempos, no pocas veces llegó con un kilo de carne, o frijoles o harina de maiz hasta la casa de la abuela, quien era su vecina, y le decía que hiciera algo de comer, 'para don Pepe [mi abuelo], Lupe y los niños'.


Pbro. Salvador Escalante.

Maestro de sociología y pastoral social en el curso introductorio, en el Seminario Conciliar de Guadalupe, Zacatecas, se especializó en Ciencias de la Comunicación en la Pontificia Universidad de Roma.

No sé en qué año falleció, supongo sería entre el 1997 y el 2002, Alejandro de la Cueva me dió la noticia en mayo del 2003. No contaría con más de 45 años.

Era uno de los pocos sacerdotes con los pies bien puestos en la tierra. Lo recuerdo con una fisonomía agresiva, una figura como la de los típicos rusos de las películas. Corpulento, de rasgos fuertes, era una imagen extraña verlo cuando daba clase, con ese físico de luchador y con un frágil libro en las manos.

Él nos hacía ver lo difícil que era la vida afuera, de cara a la gente, a la feligresía, y cuánto costaba permancer fiel y constante en una vocación cada día más vilipendiada.

Recuerdo un día que nos contó cómo al llegar a cierto rancho, en el norte de Zacatecas, le preguntaron antes que cualquier otra cosa: '¿Nos trajo despensas?'

Él contestó que nó. 'Entonces a qué chingados viene', le respondieron los feligreses... y esa iba a ser su parroquia.

Jamás le sacó la vuelta al bulto, le agradezco infinitamente que me haya permitido ir al cine a ver 'películas no aptas para seminaristas' un montonal de veces, con la única condición de que mantuviera 'en secreto' tales permisos. Cosa inútil, por demás, todo mundo sabía cuáles eran las películas que iba a ver en mis escapadas a Zacatecas en aquellos años, 'Basic instinct' y 'Bitter moon' resaltan entre ellas.

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