La Furia de Brailowsky


Quince años hace que por primera vez escuché a Brailowsky.

Entonces intentaba por lo menos seguir aquella maraña de notas, embebido en los sonidos que brotaban de un audiocasete mínimo... la obra duraba apenas una decena de minutos. En mi fascinación, me pareceía lo más alejado a la música 'culta' tal como entonces la concebía: aburrimiento y sopor. Supe más tarde que la música también puede llegar a ser eso, pero en manos de Brailowsky, Bach dejaba de ser tan amenazante como lo era para cualquier 'persona entendida' a quien pedía alguna referencia.

La parte final de la fuga, con una energía electrizante en la parte más grave, y las fiorituras etéreas de terceras y sextas y octavas de la derecha, ejercían -y siguen ejerciendo- un atractivo indescriptible para mí, cada vez que vuelvo a la obra.

Entonces, el buen P. Félix me dijo que la obra fue tomada de una grabación de carrete que se hizo directamente de unos lp's. 78 rpm, según sus recuerdos. Mencionó, de paso, que también había escuchado alguna vez la versión para 2 violines.

Sentí que, con esas velocidades vertiginosas de las 78 rpm serían forzosamente 4 platos para la obra. Y comenzó mi sufrimiento, mis indagaciones.

Brailowsky parecía un fantasma, sólo a una persona le escuché hablar, casi de pasada, de su existencia. A don Juan Pablo García Maldonado, una tarde en que me regaló generosamente cinco horas de su tiempo, en 1994. Y me dijo algo que no comprendí, que no podía comprender:

Brailowsky era conocido y reconocido sobre todo por sus interpretaciones de Chopin. Y nada más alejado de Chopin que ese concierto en D menor de Vivaldi-Bach.

Hubo una ayuda en momentos insuficiente: la partitura fotocopiada que me facilitó aquel sacerdote a quien recuerdo con tanto gusto. Si bien el prólogo está redactado en alemán, me sirvió para mis pesquisas posteriores.

Con aquella cinta de cassette hice cosas increíbles: por lo menos la copié 4 veces en otras tantas cintas, tocándola y modificiándola en transferencias caseras de aparatos de alta definición, intentando aumentar el volumen -que no el sonido- de la obra. Deseaba en lo más profundo escuchar la pieza a todo volumen, entre más semejase el sonido, timbre y volumen de un piano al vivo, mejor.

Atando cabos, encontré la segunda parte de ese rompecabezas: hace cosa de 8 años un cd llegó a mis manos, conteniendo los conciertos para órgano de Bach. Simon Preston.


Y encontré la réplica exacta de ese concierto en su versión para piano, con la misma furia, entrega, y con el sonido maravilloso de aquel órgano tubular.

Lloré.

Y la alegría de encontrar ese sonido puro, digital, en altavoces a todo volumen, fue constante hasta encontrarme, hace tan sólo 2 años, con una versión para cuerdas y basso continuo de la obra. Aún y cuando pude conseguir, por las mismas fechas en que Brailowsky llegaba a mí en la cinta de aquel casete, la grabación de 6 conciertos de L'Estro Armonico, la frustración seguía presente: no incluía el concierto número 11, que era el concierto adaptado primero al órgano, luego a piano.

Hogwood me hizo abrir los ojos con su dirección, la versión magnífica, que resalta pequeños detalles, pequeños artilugios que sientan maravillosamente bien al órgano y al piano.

Entonces, con una excelente amiga que conocí por medios eminentemente electrónicos, me di a la búsqueda de una versión grabada de estudio.

M. E. Hartung trabajó en el archivo modesto que obtuve pasando del cassete obtenido hace 15 años a la pc, y que publiqué en internet. Ella trabajó y resaltó algunos agudos de manera que me hizo temblar... me confesó que todo ese trabajo de masterización lo hizo para un amigo suyo, londinense, que era 'fana' de Brailowsky.

Y me comentó que la posibilidad de encontrar esa grabación en los lp's existía, mas tentativamente podría ser cara: piezas oscuras en interpretaciones magistrales son verdaderos tesoros, artística y monetariamente hablando.

El año pasado llegó a mi, y gracias también a mi hermano menor que me prestó su tarjeta de crédito, la grabación de los registros londinenses de 1938 de Brailowsky. El primer track rescata su versión del mítico concierto en D menor.

La claridad del sonido me dejó una sensación extraña: era la misma pieza, el mismo pianista, pero algo no coincidía. Se había perdido la furia de ese pianista... lo atribuí en ese momento a un error en el pitch de las tomas de carrete de donde se sacó el casetito que poseía.

Por fin pude hacer lo soñado: a todo volumen disfruté de las piezas, un poco más lentas, pero era eso: un Brailowsky rescatado.

Por alguna razón, buscando y rebuscando, encontré que Brailowsky había hecho 2 grabaciones, por lo menos de ese concierto.

La primera sería la del '38, y la segunda, del '53. De esta última hay por lo menos 2 ediciones: la norteamericana y la brasileña, ambas tomadas del mismo registro, con variación en las portadas y comentarios que acompañan a los discos, de 10''.

Alejando O. Nappa me facilitó la copia que llegó hace un mes. Y al ponerla en el tocadiscos, con todo el gusto, y temor de que la púa fuera a atrofiarlo, brotó ese sonido a bortotones, inundándolo todo, cada espacio, cada resquicio de la casa, en esas horas nocturnas en que mi mujer dormía en la recámara al amparo de un acondicionador de ambiente para estos calores, mientras en la sala, sudando de la emoción, llorando nuevamente, rescaté de la memoria ida esos quince años de búsquedas, encuentros, añoranzas, y esperanzas.

Qué curioso:

la mayor parte de los pianistas tienden a tocar más despacio, y detenidamente, conforme pasan los años: Horowitz y su Concierto número 1 de Tchaikovsky es un ejemplo, otro lo es Gould y las Goldberg Variations.

Brailowsky obró al revés:

la furia, el gozo, a fuerza de ser constantes y alimentados día con día, no pudieron ser contenidos y explotaron en sus manos, dejando al piano maltrecho, dejando insuficientes los micrófonos de últimas tecnologías, para apresar su sonido, energía, su vitalidad hecha música.

La buena música es tiempo concreto.





Comentarios