Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. 26 - 30.
Quod scripsi, scripsi!
26.- Por último, el padre jesuita Cavo, que escribió en Roma hacia 1800 sus Tres Siglos de México, en rigurosa forma de anales, al llegar al año de 1531 calló el suceso de la Aparición y pasó adelante.
27.- Si de los escritos nos vamos a los mapas y pinturas de los indios, hallaremos que en ninguno de los auténticos que existen hay nada de lo que se busca. Citaré como ejemplos los códices Telleriano-Remense y Vaticano, publicados por Kingsborough, y los anales o pinturas históricas de monsieur Aubin, que alcanzan a 1607. De las pinturas alegadas por los apologistas diré algo después.
28.- Como Vuestra Señoría Ilustrísima ve, es completo el silencio de los documentos antes de la publicación del libro del padre Sánchez. No cabe en buena razón suponer que durante más de un siglo tantas personas graves y piadosas, separadas por tiempo y lugar, estuviesen de acuerdo en ocultar un hecho tan glorioso para la religión y la patria. Los apologistas de la Aparición quieren que se presenten todos los documentos de tan larga época, para convencerse de que el silencio es universal; pretensión inadmisible, porque de esa manera jamás se escribiría historia, en espera de documentos que pudieron existir y que pudieran hallarse. Los que tenemos dan testimonio suficiente de lo que contendrían los que tal vez pudieran hallarse todavía. Alguna prueba de ello hay ya. Muñoz, en 1794, fundaba principalmente su impugnación en el silencio de los escritores: en los noventa años corridos desde entonces se han descubierto innumerables e importantísimos documentos, y ni uno sólo ha hablado, sino que han aumentado mucho con su silencio el grave peso de la argumentación de Muñoz.
29.- Sostienen igualmente los apologistas, que están corrompidos los escritos de algunos de los autores que más los desfavorecen. Citaré tan sólo a Sahagún y a Torquemada. Aquel escribió dos veces el libro último de su Historia, diciendo que en la primera escritura se pusieron algunas cosas que fueron mal puestas, y se omitieron otras que fueron mal calladas. —14→ De aquí sacaron Bustamante y otros el peregrino argumento de que así como en el libro XII hubo esas cosas mal puestas y mal calladas, lo mismo debió suceder en los demás libros, y que en las cosas mal calladas, estaba la historia de la Aparición. Como si no fuera cosa ordinaria que un autor retoque lo que escribe, cuando adquiere mejores datos; y como si Sahagún hubiera callado simplemente la historia y no hubiera dejado textos en que claramente la niega, en cuanto podía negarla quien no adivinaba que con el tiempo había de inventarse. A Torquemada se le ha tachado de embustero, y se ha pretendido también que su obra está mutilada, precisamente en lo que al caso hacía. Embustero, a la verdad, no fue, sino algo plagiario; y por no haber zurcido con más esmero los retazos ajenos de que se aprovechó, le han venido esas contradicciones de que se le acusa. A juzgar por lo que dicen los apologistas, no parece sino que Dios se propuso destruir las pruebas escritas del prodigio después de haberlo obrado, permitiendo que desapareciesen hasta el último, los documentos en que se refería, y quedasen los otros: o que hubo desde el momento mismo de la Aparición, un acuerdo universal para callarla y borrar su memoria, pues no sólo desaparecieron los documentos originales, sino que todas las mutilaciones hechas a los autores fueron a dar precisamente sobre los pasajes relativos al mismo suceso.
30.- Dije al principio que en los documentos de la época había algo más que argumentos negativos, y es tiempo de dar prueba de ello. Tiene Vuestra Señoría Ilustrísima en su poder una información original, en catorce fojas útiles y tres blancas, hecha en 1556 por el señor Montúfar, sucesor inmediato del señor Zumárraga. El caso que dio motivo a la información fue el siguiente. El día de la Natividad de Nuestra Señora, 8 de septiembre de 1556, se celebró una solemne función religiosa en la capilla de San José, con asistencia del clero, virrey, audiencia y vecinos principales de la ciudad. Encomendose el sermón a fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, que gozaba créditos de grande orador. Después de haber hablado excelentemente del asunto propio del día, hizo de pronto una pausa, y con muestras —15→ exteriores de encendido celo, comenzó a declamar contra la nueva devoción que se ha levantado sin ningún fundamento «en una ermita o casa de Nuestra Señora que han intitulado de Guadalupe», calificándola de idolátrica, y aseverando que sería mucho mejor quitarla, porque venía a destruir lo trabajado por los misioneros, quienes habían enseñado a los indios que el culto de las imágenes no paraba en ellas, sino que se dirigía a lo que representaban, y que ahora decirles que una imagen pintada por el indio Marcos hacía milagros, que sería gran confusión y deshacer lo bueno que estaba plantado, porque otras devociones que había tenían grandes principios, y que haberse levantado ésta tan sin fundamento le admiraba: que no sabía a qué efecto era aquella devoción, y que al principio debió averiguarse el autor de ella y de los milagros que se contaban, para darle cien azotes, y doscientos al que en adelante lo dijese: que allí se hacían grandes ofensas a Dios: que no sabía a dónde iban a parar las limosnas recogidas en la ermita, y que fuera mejor darlas a pobres vergonzantes o aplicarlas al hospital de las bubas, y que si aquello no se atajaba, él no volvería a predicar a indios, porque era trabajo perdido. Acusó luego al Arzobispo de haber divulgado milagros falsos de la imagen: le exhortó a que pusiera remedio en aquel desorden, pues le tocaba como juez eclesiástico; y por último dijo, que si el Arzobispo era negligente en cumplir con ese deber, ahí estaba el virrey, que como vicepatrono por Su Majestad podía y debía entender en ello.
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